miércoles, 3 de julio de 2013

Capítulo 1: Siempre igual

Todos los veranos igual. Mi madre se marcha a San Francisco con mi padre por motivos de trabajo y a mí me mandan a un pueblo costero donde viven mis abuelos con mi perro, aún en contra de mi voluntad. Yo allí no conozco a nadie, tengo que estar todo el rato con mi abuela, y la quiero mucho, pero es que ya cansa.

-¡Isa! ¡Coge tus maletas que nos vamos!- gritó mi madre desde la cocina.

-¡Voy!- respondí.

Bajé a la cocina con todas mis cosas. Iba a pasar allí dos meses y una semana. Nos metimos en el coche, y yo saqué mis cascos, y puse mi música favorita, con mi perro en mi regazo. Fui todo el camino pensando. Mis padres me dejaban en el pueblo con mis abuelos, se quedaban un rato para hablar con mis abuelos, y luego se iban a Santiago, al aeropuerto.

Tardamos alrededor de una hora en llegar allá, y fuimos directos a casa de mis abuelos. En ese pueblo eran todas casas, y había una zona dedicada a apartamentos. La playa le quedaba cerca a todo el mundo. Había un supermercado pequeño donde los habitantes compraban, y un par de carnicerías y pescaderías.  Había un puerto lleno de veleros enfrente de la casa de mis abuelos. A mí me encantaba asomarme a aquella ventana y mirar los barcos, desde los más grandes a los más pequeños.

Cuando llegamos estaba mi abuela en la puerta esperándonos. Bajamos del coche y mi padre me cogió las maletas. Me dio una y yo llevé la otra. Dejé la maleta a un lado y corrí a abrazar a mi abuela.

-Hola cielo- me saludó abrazándome.

-Hola abuela- la saludé.

-Venga, pasad- dijo mi abuela, dándonos paso a entrar.

Así lo hicimos, y dentro vimos a mi abuelo en el sofá viendo la tele. En cuanto nos vio, se levantó a saludarnos a cada uno con un abrazo.

-Hola abuelo- saludé cuando me abrazó.

-Hola Isa, ¿qué tal?- me preguntó.

-Muy bien- contesté.

Mi abuelo fue a saludar a mis padres, y mi abuela me acompañó a llevar mis maletas a mi habitación. Mi perro fue detrás de mí. Entramos, la habitación seguía igual de bonita que el año pasado. Mi abuela había cambiado las sábanas. Sobre la cama había un cuadro de una flor, con una mesilla a cada lado y un banco a los pies de la cama. En la pared que estaba a la izquierda de la cama había un espejo y un armario. Frente a la cama había un gran ventanal donde se podía ver el puerto. Me ayudó a dejar las maletas junto a la cama y me dijo:

-Cielo, voy a bajar a tomar el café con tus padres. Tú deshaz las maletas, y cuando tus padres se vayan bajas a despedirte, ¿vale?

-Vale, abuela- contesté.

Mi abuela se marchó, cerrando la puerta detrás de ella, y comencé a deshacer mis maletas. Guardé mi ropa interior en la mesilla, guardé los vestidos y las blusas colgados en el armario, y los shorts los guardé doblados en las bandejas de abajo, junto a las camisetas, las sudaderas y los leggins. Mis zapatos y zapatillas los guardé en el cajón de abajo del armario. Al fin acabé, y cerré mis maletas y las puse en una esquina.

 Me senté sobre la cama, con mi perro en el colo, y miré el puerto. Había un marinero a punto de embarcar, que estaba izando las velas de su velero. A mí siempre me había gustado contemplar esas escenas las tardes de aburrimiento. Cuando se marchó, decidí bajar a la cocina para despedirme de mis padres antes de su viaje a San Francisco.

Cuando llegué abajo, estaban mis padres y mis abuelos sentados a la mesa, acabándose sus cafés. Cogí una silla y me senté junto a ellos.

-Isa, cielo- me dijo mi abuela-, tu madre te dejará 50€ este verano para que te puedas comprar cositas.

-¿Solo 50?- pregunté.

-¿Y cuánto esperabas?- preguntó mi padre.

-Va a ser mi cumpleaños- contesté-, y es como si no me dieras nada.

-Bueno, te daremos otros 50- dijo mi madre.

"Solo faltaba", pensé.

-Vale- contesté.

-Ahora debemos irnos- anunció mi madre-, si no, no llegaremos al aeropuerto a tiempo.

Todos nos levantamos y acompañamos a mis padres a la puerta. Mi perro, que hasta ese momento había estado tumbado en una esquina, también se levantó. Nos despedimos, y cuando fui a abrazar a mi madre, le pregunté:

-¿Habrá algún año en el que vaya con vosotros a San Francisco?

-Sí, pero cuando seas mayor- contestó mi madre, abrazándome.

-¡Pero ya soy mayor!- repliqué.

-Para mi sigues siendo una niña- respondió-. Adiós, te echaré de menos.

-Y yo- dije separándome.

Fui a despedirme de mi padre de la misma forma que con mi madre. Ambos caminaron hacia el coche y se metieron en su interior. Yo cogí a Blas, mi perro, en el colo y nos despedimos con la mano. Mi madre, que iba en el asiento del copiloto, hizo lo mismo, y el coche arrancó. Se perdieron en las carreteras, camino de la capital gallega.

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